28 nov 2011

Fortuna Donum: El bebe del iris rojo (introducción)

Prima città, una ciudad ya olvidada en el este de Italia. Alguna vez un orgullo entre las grandes y bellas ciudades del renacimiento, fundada y bautizada como la “primera ciudad” que marcaba el inicio de una nueva era.
Esos días bien pudieron haber terminado.
Pareciera que el mismo omnipotente hubiera abandonado del todo una tierra que alguna vez fue de las mas bellas del planeta. La ciudad completa paso de ser una joya renacentista, a mas bien parecerse a los barrios bajos de las grandes ciudades americanas. Prima decayó debido a malos gobiernos uno detrás del otro, además del clásico “boom” del crimen en el siglo XXI: Drogas, trafico de personas y asesinato a sueldo. La hermosa città se convirtió eventualmente en lo que muchos llamarían un “nido de ratas”.
En este tipo de lugares aplica solo una ley: la de la jungla. Cuida tu espalda, pues nadie más lo hará.
Nuestra historia comienza en una calle oscura en el centro de Prima, donde la destartalada ruta 40 del autobús esta en su ultima ronda. El chofer se la sabe, pasar rápido por las estaciones, en fin que a estas horas de la noche, lo único que se sube al autobús son los ebrios y los asaltantes; siempre con la mano en su confiable revolver que ha sido su único amigo en esta locura de ciudad.
Pasa de largo una parada donde esta una señorita esperando. Ve la grosería, pero no se sorprende, pues sabe bien la ley de Prima. Se dispone a caminar, paralizador y gas pimienta a mano, pues sabe que lo requerirá despues de un par de cuadras de camino.
Una gran camioneta se estaciona enfrente del improvisado hogar de un vagabundo (uno de la creciente comunidad que habita en Prima). De la camioneta bajan hombres armados y enmascarados exigiendo las ganancias de los negocios sucios del vagabundo y amenazando no solo con cortarle el suministro de droga que le da de comer, sino además uno que otro miembro.
Ah, la vida nocturna en Prima. La ley se cumple, cada quien cuida su espalda y nada mas debería importar. Es por eso que no debe ser sorpresa que nadie haya escuchado (o, en cierto modo, que nadie se haya interesado) el incesante llanto que provenía de un callejón que ya estaba completamente decolorado de todas las pandillas que habían llegado a “firmar” ahí.
Dentro del callejón se encontraba una manta con una pequeña criatura, un bebe. El llanto ya llevaba horas, un bebe común hubiera caído del cansancio, muestra clara de su innata resistencia mental. Junto al bebe había una pequeña medalla que tenía la breve inscripción: iustitia
El pequeño no parecía recién nacido, debido a su tamaño, además de que presentaba ya una cabellera definida de un color blanco grisáceo, imposible caso de albinismo. Pero había algo mas con este niño, pues al mirar en sus ojos podrías ver un iris de un tono escarlata intenso, como si la sangre fluyera directamente por ahí.
Nadie hubiera imaginado que ese iris rojo era la clave para saber lo que estaba oculto en las sombras.
¿Porqué lloraba la pobre criatura? No era por estar ahí solo, llevaba ahí fácilmente 1 dia completo, pero hasta estos momentos había comenzado a llorar. Tampoco era por hambre, ni por sed. No era por soledad, ni siquiera por el terror de estar en un sitio tan peligroso (inmudidad que tienen todos los niños inocentes al no saber la hostilidad de su ambiente).
No, no era por nada de eso sino por ellos.
Las sombras difuminadas, como si fueran hologramas que habían estado ahí todo el tiempo . Sentado en la banca junto a la señorita, A bordo del autobús a toda velocidad; incluso una de ellas observando con suma atención la tremenda golpiza que sufria el desgraciado vagabundo a mano de sus agresivos “cobradores”.
Algunas de esas sombras aproximándose al pequeño niño. Aun su razonamiento no bastaría pero algún dia se preguntaría ¿Qué son ellos? ¿Qué quieren de mi? Y, sobre todo ¿Por qué yo puedo verlos y yo no?
 Se les distinguían algunos miembros: piernas, brazos, cabeza; pero todo en una versión semi-transparente, como si la luz pasara a través de ellos, pero no lo suficiente para hacerlos invisibles. Sin embargo tenían un único rasgo que se distinguía: Los penetrantes ojos de las criaturas que miraban fijamente al niño con aquel mismo iris rojo de sus propios ojos…

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